domingo, 22 de marzo de 2015

Estratégias de autogestión en el Grand-Yoff. Serge Latouche

Vamos a selecccionar del artículo un pequeño apartado más teórico y os dejo el enlace al final para que podáis leerlo entero, es muy interesante y a mí me sirvió para darle nombre a muchas cosas que veo...



Las cuatro etapas de la economía informal

 Los «tráficos» abarcan todo el comercio de importación y exportación practicado al margen de la ley. Este contrabando a menudo se lleva a cabo a gran escala y muchas veces se conoce en todo el mundo. En África el textil es su terreno predilecto, aunque podemos encontrarlo en todos los productos de consumo, desde la electrónica a las latas de refrescos. El mercado de segunda mano también constituye un sector nada despreciable. La ropa usada de los países del Norte, recuperada a través de diversos canales como las ONG caritativas, se recicla en los mercados africanos con el consiguiente daño a las empresas locales de textil y de confección. En Mauritania o Senegal encontramos a muchas mujeres iletradas convertidas en millonarias gracias a estas actividades. Estas mujeres manejan grandes negocios, principalmente con el Sureste asiático. En Togo o Benín esos tráficos sustentan el estado-almacén. Vinculados a una tradición comercial ancestral, esos países viven largamente de los diversos impuestos sobre las importaciones y las reexportaciones. Como podemos ver en los interesantes análisis de John Igué, el estado y la sociedad civil se reparten formal e informalmente los despojos. El estado recibe los impuestos oficiales de ese movimiento, los funcionarios toman su «sueldo» o sus complementos, y la población se las apaña con el resto. En este caso, y contrariamente a la idea imperante, !sólo lo informal paga los impuestos! Las empresas « normales», públicas o privadas, normalmente escasas y en crisis, no pagan prácticamente nada. En Senegal, lo informal ha tomado el relevo de la importación exportación más oficial de los comerciantes sirio-libaneses y suscita las mismas reacciones de hostilidad de una parte de la opinión pública, en particular de la élite y de los funcionarios. Esta hostilidad es incluso más evidente cuando las actividades las llevan a cabo mujeres. Se las acusa tradicionalmente de parasitismo y se critica su contribución al deterioro de la producción nacional y su escasa participación en los recursos presupuestarios. Sin embargo, cuando alguna de estas self-made women ha querido reinvertir su inmensa fortuna, comprando por ejemplo la mayor empresa textil del país, el establishment local se ha irritado y ha puesto todo tipo de obstáculos... Por otro lado, este tipo de negocios ofrece a los excluidos de los suburbios populares productos a precios increíblemente bajos. 



A estos movimientos de importación-exportación debemos añadirles el contrabando fronterizo, que puede centrarse en alimentos de poco valor, bienes preciosos, divisas o droga. El ingenio de los traficantes no tiene límites. Se reimporta o reexporta arroz y cereales dependiendo de las diferencias de precios en la producción y en los mercados, etc. Las fronteras de Senegal con Gambia y con Guinea-Bissau, como las fronteras entre Benín y Nigeria, son los centros de contrabando de los productos más importantes, desde la carne de agutí a los diamantes.

En la segunda etapa de la economía informal encontramos la subcontratación no oficial. En Tailandia, Indonesia, Filipinas, India y China, pero también en Marruecos y otros países africanos, pequeñas empresas trabajan en negro para compañías extranjeras, con sueldos miserables y unas condiciones de trabajo deplorables. La explotación de las mujeres y niños está más relacionada con el esclavismo que con lo laboral. La Organización Internacional del Trabajo decidió que, entre esas empresas, las que trabajaban para compañías oficiales y multinacionales no formaban parte del «Sector informal». Por consiguiente, las legislaciones nacionales y convenciones internacionales sobre el trabajo deben aplicarse de inmediato, en particular en lo que concierne a los más desfavorecidos, como las mujeres y los niños.

Esta decisión no cambia en nada la realidad del asunto, ni siquiera la imagen de lo informal para la opinión general. Además, las pequeñas empresas nacionales y autónomas que «explotan» a mujeres y niños de zonas rurales en talleres o en domicilios, para competir en el mercado internacional, no difieren en nada de las anteriores. Existe un sector (hasta ahora con escasa presencia en Senegal) que contribuye a que lo informal se vea como una economía de mercado pura y dura, totalmente positiva para los ultraliberales (el capitalismo popular de Hernando de Soto) o, por contra, de manera muy negativa (para los inconsolables de un marxismo dogmático). En ambos casos, nos encontramos ante generalizaciones excesivas. La existencia de iniciativas para satisfacer las necesidades -que la economía oficial es incapaz de colmar, al ser demasiado rígida y reglamentada- no significa que haya un mercado competente autorregulador. Por esa misma razón, la presencia de situaciones esclavistas, el empleo de trabajadores o la proliferación de empresas informales no son una prueba de la sumisión generalizada de este «Sector» al capitalismo nacional o internacional.


La tercera etapa de lo informal corresponde a lo que Jacques Bugnicourt llama «economía popular». Se trata de pequeñas empresas o de artesanos que trabajan para una clientela popular: herreros, carpinteros de barrio... y un conjunto de «oficios menores» (peluqueras de calle, transportistas en camiones rebosantes que funcionan por la gracia de Dios, Alhamdulil-lah ..., recolectores de clientes para los minibuses, bana-bana o vendedores a mbulantes que venden a las amas de casa sin nevera tres cucharadas de salsa de tomate, dos cubitos Maggi, saquitos de leche en polvo o Nescafé...). Una multitud de «empresarios descalzos» que viven de sus recursos, apañándoselas con actividades casi profesionales. Éste es el corazón del sector informal para la mayoría de economistas, al menos franceses, de Jacques Charmes a Philippe Hugon, pasando por Lachaud y Penouil.

La cuarta y última etapa es más difícil de delimitar, etiquetar y definir, porque de entrada se encuentra en el plano económico. Se trata de maneras con las que los náufragos del desarrollo producen y reproducen su vida, fuera del campo oficial, a través de estrategias de relaciones. Para definirla de un modo que haga justicia a su complejidad, la llamaremos aeconomía neoclánica o sociedad vernácula. Esas estrategias incorporan todo tipo de actividades «económicas», pero no están (o apenas están) profesionalizadas. Los recursos, apaños y acomodos de cada uno se inscriben en esas redes. Los agrupados forman cadenas. En el fondo, esas estrategias basadas en un juego sutil de tiras y aflojas sociales y económicos son como la gestión de una casa, pero trasladada a una sociedad donde los miembros de la familia se cuentan por centenares. La importancia del número no se basa solamente en la diferencia de concepción de la familia (papel limitado de la familia nuclear, existencia de la poligamia, gran fecundidad, etc.), ni tampoco en la fuerza de los vínculos de parentesco que constituyen el clan, sino que engloba a todo tipo de personas relacionadas entre sí -a menudo de muy diversas formas: religión, etnia, condición social...- y que pueden incorporarse a esa ampliación de la familia. Las redes se basan en el modelo de familia según la lógica del clan, con madres sociales e hijos primogénitos sociales.

Estas cuatro etapas están comunicadas y, si bien existen diferencias claras entre los casos más típicos, nos encontraremos con que todas las situaciones intermedias tienen numerosos vínculos entre sí. Las cuatro tienen en común la misma obsesión por el dinero, la misma importancia de las redes y funcionan más según la lógica de la donación que la del mercado. No obstante, cuanto más nos alejemos de la capa «doméstica» y vayamos hacia el contrabando o el comercio internacional, más degenerará la sociabilidad en red y la lógica de la donación. Aunque se pase de un extremo al otro mediante transiciones imperceptibles, aunque pueda oscilar de un lado a otro, es completamente ilegítimo asimilar la solidaridad neoclánica al clientelismo mafioso y meter en un mismo saco los intercambios oblativos y la corrupción. En el círculo de la donación, la relación de parentesco o de amistad precede tanto lógica como ontológicamente a las relaciones de intercambio y de negocios. La economía se pone al servicio de las redes y no la red al servicio de la economía. En la corrupción, el interés material es fundamental (casi exclusivo), la contrapartida de la donación es concreta y los retrasos en su retorno imperdonables. Todo esto no está presente en la figura auténtica de la donación. Las familias de la mafia y las de la subcontratación están corroída por la lógica mercantil. En ellas las donaciones cumplen con la función de vincular a los obligados en una especie de esclavismo.

Es cierto que la economía popular puede abarcar la subcontratación cuando, en lugar de trabajar a nivel local, es decir, para la red de sus vínculos, el artesano se convierte cada vez más en alguien dependiente de un mercado anónimo y, en particular, del mercado mundial (incluidos los pedidos de las ONG o los que pasan a través de éstas). Así, la profesionalización se acentúa; el empleo sistemático de aprendices conlleva la explotación, pudiéndose llegar al extremo del esclavismo. De un paternalismo auténtico, con un patrón que se comporta como un padre, un tío o un hermano mayor, se puede pasar al paternalismo perverso, donde el padre se comporta como un patrón. Por ejemplo, el grupo de artesanos de Dakar especializado en la fabricación de baúles y cofres hechos de madera recubiertos de latas de cerveza o refrescos recicladas, podría tender hacia esa dependencia. Si la producción de baúles se corresponde siempre con la satisfacción de las necesidades locales, en cambio la ONG piden en grandes cantidades cofres y cajitas. Es entonces cuando con la materia prima reciclada no basta y las placas de aluminio impresas, simulando latas recicladas, llegan directamente a la fábrica... En África, más que en cualquier otro sitio, el éxito es siempre una aventura ambigua.


En lo informal comercial, el paso de los pequeños comercios familiares a la importación-exportación y el contrabando a gran escala es a menudo una cuestión de tamaño. En los pequeños comercios encontramos los productos de los grandes contrabandos. Sin embargo, incluso con un gran talento empresarial, hay pocas oportunidades de convertirse en un distribuidor a gran escala sin incumplir la ley o la moral o la lógica de las redes. Las cadenas de agrupados sin medios no generan normalmente posibilidades espectaculares de éxito a nivel individual, porque los clientes pobres no suelen generar comerciantes ricos. Por otro lado, la red se encarga de recoger la fortuna de los ganadores en proporciones modestas cuando el temor a ser maldecido, «marabutado», no cohíbe la dinámica del candidato ambicioso. A menudo se señala a este temor como el responsable de la ausencia de dinamismo económico en África. La amenaza social puede parecer excesiva para un occidental. Michaël Singleton lo recoge en un ejemplo sintomático: «Mi vecino en Mapili, a quien le había ofrecido un tejado ondulado, y que en un primer momento había aceptado mi oferta, rápidamente la rechazó, por miedo a que la envidia voraz de los viejos afectara a su familia, como si fueran hienas llegadas en la noche para comerse las entrañas de los suyos.» Sin embargo, este temor a la maldición puede tener efectos positivos, pues disuade a los candidatos que querrían acabar con la solidaridad de las redes. Aunque frena la emergencia de líderes de la industria o tiburones de las finanzas, al anular la voluntad de poder, no es un freno para el dinamismo colectivo, como lo muestra el mismo éxito de lo informal.

En resumen, la diferencia entre la economía popular y la aeconomía neoclánica es más bien una diferencia en cómo entendemos la realidad que una diferencia de la realidad misma. Si la aeconomía neoclánica es en primer lugar femenina, basada en el pluriempleo, el no profesionalismo y las estrategias de relaciones, los artesanos de la economía popular quizá sean menos profesionales de lo que parecen,y a menudo son mucho más dependientes de sus redes sociales y mucho más pluriempleados de lo que dicen.

Para leer más http://ilusionismosocial.org/mod/resource/view.php?id=596

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